Por Eduardo Higuera
Una de las cosas más interesantes de la atípica campaña presidencial de este año, por no decir ilegal, fue la brillante idea de los estrategas electorales de la Dra. Sheinbaum de etiquetarla como el inicio del “segundo piso de la transformación”.
De un solo golpe se lograba colocar en la mente del electorado cautivo la imagen de la magna, opaca e irregular obra del presidente cuando fue jefe de gobierno. Además de esto se logra la idea de la continuidad, redondeando la dependencia de la virtual presidenta electa del líder máximo de la transformación.
Sin embargo, la construcción de este segundo piso del, así llamado, proceso histórico que ha sufrido nuestro país desde 2018 amenaza con colapsar estrepitosamente. O dicho en la neolengua obradoristra, se está “deslizando” a gran velocidad hacia el suelo.
¿El autor de esto?, el mismo personaje que ha sido llamado “el presidente más demócrata de la historia mexicana”.
Y es que la sabiduría del líder busca favorecer a su delfina, no Delfina – no confundamos, con la experiencia adquirida al ser el presidente con más logros: el que mejor ha combatido la corrupción y el huachicol, más democrático, más transparente, más respetuoso de la división democrática de los poderes republicanos y, por supuesto, que más obedece las leyes electorales y no usa recursos públicos de forma electorera.
Esta experiencia dicta que el poder que se conquista gracias a las instituciones no se debe dejar ir, tal y como enseñó el famoso liberal del 57, Porfirio Díaz Mori, que después de ser presidente se volvió el motivo de las quejas del régimen actual.
Y es que no es solamente que va repetir un gran número de cuadros del saliente gobierno en posiciones de nivel ministerial en el nuevo gobierno (si fueran neoliberales hablaríamos de la mafia enquistada), o del hecho de que desde palacio nacional le dicten ala cuasi presidenta quiénes deben repetir en una de las áreas más delicadas del gobierno como es la salud, demostrado por la pandemia.
En el fondo, la primera mujer en asumir la presidencia de México ha demostrado estar dispuesta a los designios del primer machito del país.
Desde que AMLO levantó la mano de la doctora ganadora del Nobel, en serio así le dicen, hasta el momento en que escribo esto se ha sucedido una serie de eventos que demuestran una profunda sumisión ante el actual presidente.
No confundamos, no hablo de una cuestión de rol de género o desde una perspectiva patriarcal. Si el nuevo presidente electo hubiera sido cualquier hombre de los que supuestamente compitieron por la candidatura morenista y las condiciones fueran semejantes, también se señalaría.
Ya establecida la corrección política de la tesis, vayamos a los hechos.
Desde ese diciembre en que AMLO dejó claro quién le sucedería se han acumulado más y más sucesos en los cuales el presidente ha demostrado su convicción de ser la voz y el mando sobre aquella persona a quien le hereda “su” transformación.
Para quitar dudas, van varios botones de muestra: el presidente incluye a la entonces jefa de gobierno en la farsa del simulador del tren hacia el AIFA; la lleva consigo a varias giras; le otorga una legitimidad personalizada en él al otorgarle un bastón de mando (quién da es el que manda, al final) y, por supuesto deja claro que no le importa romper las leyes y normas -electorales y constitucionales- desde su atril palaciego para hacerla llegar al puesto “democráticamente”, porque tiene el poder y así generar una deuda política para su elegida, es decir generando un control a futuro.
Además de todo esto, se le ha impuesto un discurso que es casi imposible romper debido a la avalancha que significaría en su contra. ¿Se la imaginan confirmando que los hijos del líder bienamado son corruptos, o qué el tren Maya es ecocida o que los contrapesos y transparencia es necesaria para una vida democrática institucional o que hay evidentes lazos de la DO con el gobierno actual, o que el endeudamiento brutal que dejará AMLO tras de si dificultará la continuidad expansiva de los programas de becas clientelares, o que el paquete de reformas constitucionales que se propuso en febrero es un grave retroceso histórico?
Adiós apoyo popular y hola a la revocación de mandato.
Aunque hay mas razones para decirlo, con lo que hemos repasado podemos considerar que no existirá un segundo piso de la llamada transformación o la tan mencionada continuidad con cambio que se vendió durante la campaña. Se podrá profundizar el estado de las cosas y quizá algunas áreas como las energías limpias se realicen avances, pero la big picture, solo se pondrá más oscura y hegemónica.
Incluso, aquellas ideas y propuestas originales de la próxima precisa reflejan una convicción autoritaria y contraria al pluralismo democrático que ha caracterizado a su designador. Recuerden que ya se pronunció a favor de volver a ponerle la cadena centralizadora a los legisladores, emulando los mejores tiempos del priismo vintage.
NO hay segundo piso, o este se estrellará estrepitosamente contra el suelo, pues no hay un verdadero margen de acción. La transición entre gobierno no significa la preparación de un cambio en políticas públicas sino la continuidad. Una continuidad que podría llevar a un Maximato o a un gobierno de cuerda que solo haga lo que ya se marcó desde la campaña de 2018.
Sin duda, el tiempo nos enseñará que vivimos tiempos extraordinarios, pero no como quisiéramos los demócratas.
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