Por Sergio Anzaldo Baeza
Ave de tempestades, Manuel Bartlett es uno de los más polémicos políticos de nuestro escenario nacional. Tiros y troyanos lo ven con suspicacia. Su nombre remite, de manera automática, a uno de los episodios más oscuros de nuestra historia política: la caída del sistema y el fraude electoral de 1988. De hecho, para la opinión pública y para la ilustre comentocracia no hay duda alguna de que Bartlett es la persona que manipuló, en unas cuantas horas, los resultados electorales que acabaron favoreciendo a Carlos Salinas de Gortari a costa del triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas como presidente de la república. Artífice de la caída del sistema, le han llamado en más de una ocasión. Pero ¿si no fuera así? ¿Es posible que estemos ante la construcción de un estereotipo, es decir, de una construcción imaginaria e inmutable socialmente aceptada que nos sirve para entender el proceso electoral de 1988 y señalar a Bartlett como una suerte de Darth Vader de la política mexicana? La revisión puntual de los hechos apunta en este sentido.
En 2018 el propio Manuel Bartlett publicó el libro “Juicio por Daño Moral. Estudio de caso: La caída del sistema” bajo el sello editorial de Porrúa, en el que describe y transcribe el proceso legal que emprendió en agosto de 2006 contra Germán Martínez Cásares por daño moral al haberlo señalado como “artífice de la caída del sistema y presunto asesino de Buendía”. El estudio de Bartlett ofrece una singular oportunidad de deconstruir la génesis y función de su estereotipo en particular.
La estereotipación.
El 31 de mayo de 2006 Martínez, en ese entonces diputado federal y representante del PAN, sin venir al caso ni el tema ni la persona en cuestión, señaló en la Sesión del Consejo General del IFE: “nosotros (refiriéndose al PAN y a él mismo) no tenemos doble discurso… No exigimos explicaciones a Diego Fernández de Ceballos por la quema de los paquetes electorales y ahora abrazamos a Manuel Bartlett… artífice del fraude electoral de 1988 y presunto asesino de Buendía”. Es decir, a German Martínez le pareció prudente descalificar a sus oponentes del momento recurriendo a un estereotipo que formaba parte de su imaginario personal.
El 1 de agosto de 2006, un mes después de concluir su cargo como senador, Manuel Bartlett presentó su demanda contra German Martínez en su calidad de representante del PAN, no de diputado federal pues la alusión personal no se derivó de comisión o circunstancia alguna de su trabajo legislativo. Después de diez meses en que eludió la notificación, Martínez contestó la demanda y, luego de un largo y sinuoso proceso de demandas, sentencias y amparos, el juicio concluyó un sexenio más tarde, noviembre de 2022, con la exoneración por parte de la Suprema Corte de Justicia que determinó, contra toda evidencia y sentido común, que Martínez había dicho sus dichos en calidad de diputado federal. Esta resolución contravino la resolución de los juicios anteriores, que habían dado la razón al demandante. Las sentencias previas a la de la Suprema Corte, le dieron la razón a Bartlett de que Martínez carecía de sustento para señalarlo como “artífice de la caída del sistema y presunto asesino de Buendía”, es decir, convinieron en que el señalamiento era un estereotipo, una invención, pero la Suprema Corte, para variar, no entró al fondo del asunto, y se quedo con la forma de que la entonces calidad de Martínez como diputado federal le daba impunidad para decir lo que se le antojará sobre cualquier tema, en cualquier lugar y circunstancia.
La génesis del estereotipo.
El 6 de julio de 1988 por la noche Diego Fernández de Ceballos anunció la “caída o callada del sistema”. Ahí empezó la construcción del estereotipo que de manera inmediata se endilgó a Bartlett, aun cuando él no la profirió.
Al escuchar “caída o callada del sistema” automáticamente se piensa en manipulación de bases de datos, en algoritmos malévolos, en hackers capaces de alterar y modificar los resultados de cualquier programación. Pero en 1988, no había nada de eso, simplemente no existían las herramientas tecnológicas. Los celulares eran una novedad, se empezaron a utilizar en 1984; el éxito musical “El Celular” de los Tigres del Norte data de 1992. El internet se empezó a usar en 1989, un año después de la “caída o callada del sistema”.
En conclusión, la “caída o callada del sistema” no se podía referir a un eventual fraude cibernético. Más bien con su frase Fernández de Ceballos aludió a que durante poco menos de cinco horas fallaron los teléfonos que se utilizaron para alimentar el Sistema Nacional de Información Político-Electoral que instaló la secretaría de Gobernación. Este Sistema consistía en un pizarrón en el que se anotaban los resultados de las contadas casillas que disponían de teléfonos fijos para comunicar la información correspondiente. Las líneas telefónicas, como sigue sucediendo, fallaron, pero el conteo de votos en las casillas nunca se detuvo. Por cierto, Carlos Slim todavía no era dueño de Telmex.
Más que un sistema, los que se estrenó en la elección de 1988 fue un procedimiento de conteo público de votos que, por cierto, sigue vigente. En el Código Federal Electoral de la época se dispuso que, por primera vez, los votos se contarían en las casillas y los resultados se harían públicos en esa casilla mediante la copia del acta correspondiente que se pegaría en la fachada y estaría firmada por los representantes de los partidos. Posteriormente, los paquetes electorales de las 54,641 casillas, forrados con otra copia del acta, se trasladarían a los 300 distritos electorales en donde se leerían en voz alta frente a los representantes de los partidos los resultados, y se resguardarían para su posterior traslado. El Código fijaba 36 horas de plazo para realizar esta operación. Así fue. Finalmente, los paquetes de los 300 distritos electorales se enviarían a la Cámara de Diputados que, instalado en Colegio Electoral, calificaría la elección y resguardaría boletas y actas. Y así fue.
Este nuevo procedimiento para contabilizar y hacer públicos los votos en las distintas fases de su conteo, no implicaba que no se hicieran trampas a lo largo del proceso. En ese entonces era usual el cambio de última hora de domicilio de las casillas, ratón loco se le conoce a esta táctica en la jerga de los mapaches electorales. También se utilizaba el embarazo de urnas, es decir había urnas que se llenaban antes de la elección. De igual manera se recurría a la alteración de los números o a fallas deliberadas en los conteos. En fin, eran muy variadas las formas en que se podían alterar los procesos electorales, pero siempre antes del llenado de las actas que para su validez requerían de la firma de los representantes de partido presentes en las casillas y cuya constancia se hacía pública y se deja a la vista de todos. De cualquier manera, no hay forma de comprobar, ni mucho menos de cuantificar el volumen de este tipo de irregularidades, pues, tres años después el PRI y el PAN votaron para que los paquetes electorales fueran destruidos y, con ello, toda evidencia del fraude electoral de 1988.
El panista que abogó por la quema de las pruebas fue el entonces diputado federal Diego Fernández de Ceballos, quien el 20 de diciembre de 1991 desde la tribuna del Congreso de la Unión arengó: “Han pasado 3 años y esos paquetes nada representan y nada significa: han sido custodiados por el gobierno, sin propósito alguno conocido y a esta fecha pueden contener o no los datos y resultados que en aquel año contenían. El proceso electoral de 1988 como tal ya forma parte de nuestra historia, nadie la puede modificar…Nadie podría beneficiarse con escudriñar papeles que nada dicen y menos significan. La bancada panista acepta que se destruyan esos míticos documentos…”. Sin embargo, con la quema de las boletas, también ardieron las evidencias que eventualmente podían poner en entredicho el estereotipo creado sobre esa elección.
La adjudicación del estereotipo
La sencillez, claridad, contundencia, brevedad y poder metafórico de la frase de Fernández “la caída o callada del sistema” sirvió para que los medios y los analistas especializados entendieran e hicieran ininteligible ese proceso electoral para toda la gente. Su poder metafórico fue clave en ese momento: más que referirse a la calla del sistema telefónico, sirvió para aludir a la caída del sistema de partido hegemónico. Para los titulares de los medios funcionó a la perfección en su versión corta: “la caída del sistema”. Y debido a la simplificación, los medios dieron por sentado que Bartlett, en su calidad de secretario de Gobernación, había pronunciado esa frase y era el artífice de esa estratagema. En estos tiempos que se vive en medio de sistemas computacionales el poder metafórico de la frase se ha refrescado: hoy hace pensar que Bartlett tuvo la capacidad técnica de alterar los resultados mediante una siniestra programación. De ahí que en la actual cultura política “la caída del sistema” signifique fraude electoral del 88 instrumentado por Manuel Bartlett, cuando en los hechos no fue así.
Justamente Martínez en su alegato de defensa recurrió como prueba a este saber del dominio público. Para argumentar su defensa presentó un amplio catálogo que sus abogados llamaron “el trabajo de periodistas y escritores, en programas de televisión, en relación con los dos acontecimientos materia de esta Litis”. Es decir, utilizó como pruebas de descargo las interpretaciones que en relación con el proceso electoral elaboraron diversos medios, actores políticos e intelectuales que constituyen las diversas fuentes de conocimiento sobre el tema. Para sostener su dicho Martínez citó múltiples obras, artículos de revistas, periódicos y series de televisión en los que según él se comprobaba que Bartlett es “el artífice de la caída del sistema”. Entre la nómina de autores más conocidos a los que apeló se encuentran Miguel de la Madrid Hurtado, Enrique Krauze, Jorge Castañeda, Soledad Loeza, Carlos Monsiváis, Jorge Alcocer, Federico Cambell, José Agustín, la serie “México: la historia de la democracia” de Televisa y la revista Proceso. El mérito del libro de Bartlett, “Juicio por Daño Moral” es que se da a la tarea de analizar el contenido de cada cita que, en muchos casos Martínez manipuló, y, en otros casos, simplemente hicieron eco del estereotipo creado alrededor del proceso electoral de 1988 y de Manuel Bartlett.
La función del estereotipo.
Según el creador de la teoría de los estereotipos, Walter Lippman, éstos son los que nos permiten conocer, entender y conducirnos en el mundo, debido a su familiaridad y capacidad de simplificación. En su libro “La Opinión Pública” Lippman precisa: “Los estereotipos constituyen una imagen ordenada y más o menos coherente del mundo, a la que nuestros hábitos, gustos, capacidades, consuelos y esperanzas se han adoptado por sí mismo. Puede que no formen una imagen completa, pero son la imagen de un mundo posible al que nos hemos adaptado. En él las personas y las cosas ocupan un lugar inequívoco y su comportamiento responde a lo que esperamos de ellos”. Así, la expresión “caída del sistema” proporciona una versión conocida y comprensible de la elección de 1988, aunque manipulada.
Además de esta dimensión epistemológica del estereotipo, también tiene una intencionalidad política. Mark Thompson en su libro “Sin Palabras. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política?”, muestra como el Obamacare, la propuesta de reforma de Barak Obama para extender la cobertura del sistema sanitario fue tirada con un estereotipo que acabó con toda discusión y argumentación posible en un santiamén, pues en realidad se trataba del “comité de la muerte de Obama”. La incitativa de Obama no prosperó y las compañías de seguros siguieron durmiendo tranquilos.
Por su parte, el estereotipo de Manuel Bartlett como “artífice de la caída del sistema”, sirve para ocultar el asenso de un nuevo régimen político en el que, a través de la alternancia democrática entre el PRI y el PAN, se construyó y consolidó una nueva oligarquía a costa de concesiones gubernamentales. En otras palabras, el estereotipo de “la caída del sistema” contribuyó a encubrir el surgimiento del contubernio entre el PRI y el PAN. Este amasiato salió a la luz pública a partir del Pacto por México y hoy están fusionados con “Fuerza y Corazón por México”. En este escenario Manuel Bartlett es un funcional “chivo expiatorio” al cual todavía recurren los del PRIAN, y muchos analistas especializados, en caso de apuro. El propio Bartlett lo sabe: Así tituló el primer capítulo de su libro.
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