Por: Eduardo Higuera
"En política solo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela."
Antonio Machado
Los gritos a los cuatro vientos y las banderas desplegadas no se hicieron esperar tras las elecciones locales de Hidalgo y Coahuila: “MORENA puede ser y fue derrotado”, “el PRI ha vuelto y va rumbo a 2021 más fuerte que nunca”.
Este momento, cuando los procesos electorales mencionados siguen su curso, mientras se resuelven las impugnaciones para establecer cuáles reclamos de candidatos y partidos tiene fundamento y cuáles son puro taco de lengua, es perfecto para analizar si el dinosaurio tricolor se encuentra resucitado y saludable o solo nos encontramos con un acto de Halloween tardío y en realidad es un zombi sin cerebro.
De paso podemos empezar a ver, con la seguridad que dan los hechos, las reacciones probables del priismo guinda, digo de MORENA, ante reveses en las urnas.
El primer punto para considerar es que, en realidad, no existe una verdadera reconfiguración de las fuerzas políticas en ambos estados. En los dos casos eran estados priistas antes de la elección y lo siguen siendo después de ellas.
Aunque es cierto que la cantidad de votos que recibió el PRI se redujo, a pesar de la maquinaria electoral estatal, y estos se fueron hacia MORENA en lugar de desplazarse hacia el PAN como era costumbre, los sufragios obtenidos por el tricolor le aseguran el control de ambas entidades.
En otras palabras, nada para nadie, la aplanadora guinda no se concretó y el desgaste priista crece lentamente.
Esto es parte de lo que nos lleva a asegurar que los comentarios sobre el regreso al mundo de los vivos del PRI son, en el mejor de los casos, optimistas. En realidad, el partido del siglo XX mexicano nunca ha muerto, pero no ha resurgido de las cenizas cual Fénix.
Igual que sucedió en 2000 con el PAN, la nueva fuerza política en el poder se ha mostrado incapaz de terminar de una vez por todas con el PRI a través de las urnas. Las redes de interés, trabajo y complicidad construidas por décadas no desaparecen con desearlo y el presente gobierno ha mostrado (como en el caso de la violencia criminal y la corrupción) su falta de capacidad o interés para llevar sus discursos mas allá de las palabras.
El verdadero rival del dinosaurio original no lo constituye su hijo color guinda, sino el desprestigio que construyó durante setenta años y que fue consolidado por Peña Nieto. Y este es el punto que conviene al gobierno federal y su partido, MORENA.
Si un partido parece crecer lo suficiente como para enfrentarse al Movimiento de Regeneración Nacional es muy probable que no desee aliarse con otros opositores y, de esta forma, quedarse con todo el pastel. Como pasa ahora con muchos priistas ilusos.
También puede provocar que el necesario acercamiento del PRI, y de todos los partidos políticos, hacia los liderazgos locales no partidistas no se concrete, coartando la única vía para arraigar electoralmente en el corto plazo entre los ciudadanos.
En resumen, en las elecciones de octubre se vivió un espejismo, el espejismo del dinosaurio que, en realidad, no existe.
Algunos podrán cuestionar esto partiendo del hecho que la dirigencia de MORENA saltó inmediatamente a desconocer los resultados preliminares que les arrebataban el triunfo, de nuevo es un error.
La línea que el primer morenista de México ha dado desde hace 20 años es no conceder un centímetro si el triunfo no llega. Se debe alegar fraude, elecciones de estado, invasión extraterrestre, turismo electoral o quizá hasta una intervención demoníaca para descalificar las elecciones y después buscar por medio de la presión y los tribunales lo que no se pudo obtener en las urnas.
Ramírez Cuéllar solo sigue el guion que le han ordenado aplicar, nada más.
Finalmente, pensar que el priismo por sí mismo es una opción política viable y correcta que puede lograr consensos y establecer una agenda propia, más allá de solo reaccionar a la del presidente, es más un wishful tougth que un análisis.
En otras palabras, suponer que los priistas han cambiado como fuerza política y han dejado atrás sus viejas mañas, es jugar al tío lolo.
La única forma de que se pueden revertir dislates, autoritarismos y voluntarismo del gobierno federal es dejar de comprarse espejismos y hacer algo que los partidos ya no saben, casi, hacer. Trabajo de base, negociación política con el fin.
El tiempo de la autocrítica ha llegado, de lo contrario podemos ir concediendo todos los triunfos al nuevo partidazo.
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